¿Quién no es avestruz? por Angela Becerra
El éxito es el reconocimiento a una aportación que sobrevuela lo habitual. Conseguirlo sólo se logra cuando se superan dos obstáculos: la dificultad y el error.
La dificultad no depende de nosotros: surge de la circunstancia o de quienes la utilizan como arma de defensa o ataque, porque creen que nuestro éxito degradará sus intereses o su apoltronamiento.
El error es bien distinto: es congénito a la raza humana. Como la sangre, los pulmones o los huesos. Todos, desde el más iluminado hasta el más fundido, almacenamos nuestra particular reserva de error.
Siendo así… ¿por qué cuesta tanto reconocer que nos equivocamos? ¿Por qué tantas veces hay que esperar años e incluso siglos para reconocer que otros -¡nunca los de ahora!- se equivocaron?
¿Cuánto tardarán Zapatero, Rajoy, Carod y nuestro alcalde de turno en reconocer que en algo o en mucho se equivocan? ¿Y el Papa, y Rouco, y Cañizares? ¿Y los musulmanes radicales? ¿Y A, y B, y CDE? ¿Y nosotros mismos? ¿O es que todos somos perfectos? ¿O tal vez tan ilusos como para creer y sostener que en todo lo que pensamos y hacemos no existe posibilidad de error?
Reconocer el error es abrir la puerta que hace avanzar por el atajo del entendimiento, que es la antesala del éxito en toda relación humana. Enrocarse en él es acelerar el fermento del desacuerdo y caer en la nefasta recesión mental de tratar de detener lo único que no se puede: el tiempo.
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