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lunes, enero 07, 2008

Kōan

Para venir a gustarlo todo,
no quieras tener gusto en nada.
Para venir a saberlo todo,
no quieras saber algo en nada.
Para venir a poseerlo todo,
no quieras poseer algo en nada.
Para venir a serlo todo,
no quieras ser algo en nada.
Para venir a lo que no gustas,
has de ir por donde no gustas.
Para venir a lo que no sabes,
has de ir por donde no sabes.
Para venir a poseer lo que no posees,
has de ir por donde no posees.
Para venir a lo que no eres,
has de ir por donde no eres.
Cuando reparas en algo
dejas de arrojarte al todo.
Para venir del todo al todo,
has de dejarte del todo en todo.
Y cuando lo vengas del todo a tener,
has de tenerlo sin nada querer.

Un ko-an (Japonés: ko-an, Chino: go-ng-àn) es, en la tradición zen, un problema que el maestro plantea al novicio para testar sus progresos. Muchas veces el koan parece un problema absurdo, ilógico o banal. Para resolverlo el novicio debe desligarse del pensamiento racional y aumentar su nivel de conciencia para adivinar lo que en realidad le está preguntando el maestro, que trasciende al sentido literal de las palabras.

En la filosofía o religión budista, y en concreto dentro del Budismo zen, el koan es un problema o caso establecido para romper la lógica del fraile novicio y hacerlo recapacitar en la impermanencia y absurdo de las cosas. Se trata de un problema insoluble o con una solución demasiado sencilla para ser visible; por ejemplo: "¿Cuál es el sonido de una sola palma que aplaude?".

Todas las místicas religiosas poseen formulaciones parecidas basadas en la paradoja, el oxímoron o la antítesis. En el Cristianismo la inspiró la teología negativa del Pseudo Dionisio Areopagita, que dio sus más destacados frutos en San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesus.

San Agustín formuló un famoso koan, que le fue revelado en un sueño por el mismo Cristo: "No me buscarías si no me hubieses encontrado".

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