las 2 estatuas
Esta es una bella historia de amor. La historia de dos almas condenadas que vencieron al paso del tiempo a base de amor y deseo. Dos seres que esclavos de su existencia lograron sobrevivir solamente por la presencia del otro. Esta es la historia de las dos estatuas...
Él la contemplabla día tras día. Sobre su pedestal de frío marmol. Erguido. Congelado. Su cuerpo esculpido en una bella roca blanca no podia moverse víctima de una maldición que ya ni el tiempo recuerda. Tan solo sus ojos se abrían a la vez que el Sol salía, y se cerraban cuando el Sol le daba el relevo a la Luna. Tantos años haciéndose preguntas... Tantos años pudiéndola ver solo a ella...
Ella lo contemplaba noche tras noche. Sobre su pedestal de frío marmol. Sentada sobre sus rodillas. Congelada. Su cuerpo esculpido en una bella roca blanca no podía moverse víctima de una maldición que el propio olvido había borrado de su memoria. Tan solo sus ojos se abrían cuando la Luna salía, y se cerraban cuando la Luna le daba los buenos días al Sol. Tantos años haciéndose preguntas... Tantos años pudiéndolo ver solo a él...
La esperanza de ambos era poder verse en la mirada del otro. Lo que les mantenía cuerdos era la presencia del otro, soñando con el día en que uno u otro despertara en la noche de ella o en el día del él.
Un día cualquiera, y cuando digo día me refiero a que él la contemplaba a ella... un anciano pasó entre ambas estatuas. Hacía tanto tiempo que nadie pasaba por allí que casi había olvidado como era un cuerpo en movimiento. El mero hecho de ver esas oxidadas articulaciones moverse hubiera hecho llorar a aquel joven pétreo si no fuera por que sus ojos eran del más puro de los granitos.
El anciano se paró a contemplar la estatua del chico. Había algo en su cara que le hizo detenerse. Algo casi mágico. Es como si pudiera ver que detrás de esas dos duras pupilas brillaban los ojos más hermosos y enamorados que nadie pudiera imaginar. Entonves vió que los ojos del muchacho estaban anclados a la figura de ella. Y lo comprendió todo. Al menos supo ver en seguida que aquella mirada escondía el más puro de los amores.
Fué entonces cuando la Luna comenzó su lenta danza entre las estrellas y el Sol teñiá de naranja, luego de un rosa pálido, las colinas de aquellas tierras. Y los ojos del chico se cerraron.
La historia se repitió en el otro lado. El anciano no daba crédito a lo que estaba viendo. Y pensó en ayudarles. Se sentó a los pies de ella y le contó lo sucedido. Le contó que los ojos del chico que tenía delante hacían olvidar que estaban hechos de piedra al que los contemplaba por el amor que este sentía por ella. Si alguien hubiera posado sus manos sobre la fría roca apostaría un año de mi vida a que hubiera notado como aquel cuerpo esculpido en piedra temblaba. La felicidad recorría su cuerpo del tal modo que si se lo hubiera propuesto hubiera podido moverse.
El anciano estubo hablandole toda la noche. Dándole aún más sentido a la vida de ella...
Amaneció... y los ojos de ella se cerraron con todo el agradecimiento que una estatua puede dar...
Le tocaba a él. El anciano le dijo que lo que sus ojos ocultaban era un sentimiento correspondido. Le dijo que ella le quería de tal modo que el mero hecho de tenerlo delante daba sentido a su existencia. Si Diós le hubiera dotado de los órganos adecuados aquellos dos grandes ojos hubieran llorado con tanta felicidad que hubieran hecho estremecer los cimientos de marmol que le sostenían.
Y así estuvieron días y noches... noches y días... el anciano interpretando miradas, buscando sentimientos en dos miradas de piedra para poder hacer que el amor fuera. Hasta que un día por llamarlo día y no noche, el destino trajo consigo dos acontecimientos. Justo antes del amanecer, la Luna abrazó al Sol por unos instantes en el más bello de los eclipses, y aquellas dos miradas que nunca encontraban otros ojos donde fijarse se encontraron. Fué solo durante unos segundos... para ellos fueron más largos que los cientos de años que llevaban allí postrados. Unos segundos que merecieron aquella maldición. Unos segundos que merecieron el haber sido quizás hombres algún día...
La Luna siguió su camino y el Sol le dió al mundo los buenos días... a todos menos a uno... el destino nos guardaba otro acontecimiento como os decía... el cansancio, el no dormir, el esfuerzo habían acabado con las pocas energías que el anciano guardaba consgo. Y mientras contempló el ecplipse y la más bella mirada, se durmió para no despertarse jamás.
Y aquí termina la bella historia de amor que en las líneas arriba te prometía. Un amor puro y sincero. Basado en la mera existencia del otro. Sin pedir nada a cambio. Al otro lado el esfuerzo altruista de un anciano que por amor dió su vida sin haberla dado en vano.
Él la contemplabla día tras día. Sobre su pedestal de frío marmol. Erguido. Congelado. Su cuerpo esculpido en una bella roca blanca no podia moverse víctima de una maldición que ya ni el tiempo recuerda. Tan solo sus ojos se abrían a la vez que el Sol salía, y se cerraban cuando el Sol le daba el relevo a la Luna. Tantos años haciéndose preguntas... Tantos años pudiéndola ver solo a ella...
Ella lo contemplaba noche tras noche. Sobre su pedestal de frío marmol. Sentada sobre sus rodillas. Congelada. Su cuerpo esculpido en una bella roca blanca no podía moverse víctima de una maldición que el propio olvido había borrado de su memoria. Tan solo sus ojos se abrían cuando la Luna salía, y se cerraban cuando la Luna le daba los buenos días al Sol. Tantos años haciéndose preguntas... Tantos años pudiéndolo ver solo a él...
La esperanza de ambos era poder verse en la mirada del otro. Lo que les mantenía cuerdos era la presencia del otro, soñando con el día en que uno u otro despertara en la noche de ella o en el día del él.
Un día cualquiera, y cuando digo día me refiero a que él la contemplaba a ella... un anciano pasó entre ambas estatuas. Hacía tanto tiempo que nadie pasaba por allí que casi había olvidado como era un cuerpo en movimiento. El mero hecho de ver esas oxidadas articulaciones moverse hubiera hecho llorar a aquel joven pétreo si no fuera por que sus ojos eran del más puro de los granitos.
El anciano se paró a contemplar la estatua del chico. Había algo en su cara que le hizo detenerse. Algo casi mágico. Es como si pudiera ver que detrás de esas dos duras pupilas brillaban los ojos más hermosos y enamorados que nadie pudiera imaginar. Entonves vió que los ojos del muchacho estaban anclados a la figura de ella. Y lo comprendió todo. Al menos supo ver en seguida que aquella mirada escondía el más puro de los amores.
Fué entonces cuando la Luna comenzó su lenta danza entre las estrellas y el Sol teñiá de naranja, luego de un rosa pálido, las colinas de aquellas tierras. Y los ojos del chico se cerraron.
La historia se repitió en el otro lado. El anciano no daba crédito a lo que estaba viendo. Y pensó en ayudarles. Se sentó a los pies de ella y le contó lo sucedido. Le contó que los ojos del chico que tenía delante hacían olvidar que estaban hechos de piedra al que los contemplaba por el amor que este sentía por ella. Si alguien hubiera posado sus manos sobre la fría roca apostaría un año de mi vida a que hubiera notado como aquel cuerpo esculpido en piedra temblaba. La felicidad recorría su cuerpo del tal modo que si se lo hubiera propuesto hubiera podido moverse.
El anciano estubo hablandole toda la noche. Dándole aún más sentido a la vida de ella...
Amaneció... y los ojos de ella se cerraron con todo el agradecimiento que una estatua puede dar...
Le tocaba a él. El anciano le dijo que lo que sus ojos ocultaban era un sentimiento correspondido. Le dijo que ella le quería de tal modo que el mero hecho de tenerlo delante daba sentido a su existencia. Si Diós le hubiera dotado de los órganos adecuados aquellos dos grandes ojos hubieran llorado con tanta felicidad que hubieran hecho estremecer los cimientos de marmol que le sostenían.
Y así estuvieron días y noches... noches y días... el anciano interpretando miradas, buscando sentimientos en dos miradas de piedra para poder hacer que el amor fuera. Hasta que un día por llamarlo día y no noche, el destino trajo consigo dos acontecimientos. Justo antes del amanecer, la Luna abrazó al Sol por unos instantes en el más bello de los eclipses, y aquellas dos miradas que nunca encontraban otros ojos donde fijarse se encontraron. Fué solo durante unos segundos... para ellos fueron más largos que los cientos de años que llevaban allí postrados. Unos segundos que merecieron aquella maldición. Unos segundos que merecieron el haber sido quizás hombres algún día...
La Luna siguió su camino y el Sol le dió al mundo los buenos días... a todos menos a uno... el destino nos guardaba otro acontecimiento como os decía... el cansancio, el no dormir, el esfuerzo habían acabado con las pocas energías que el anciano guardaba consgo. Y mientras contempló el ecplipse y la más bella mirada, se durmió para no despertarse jamás.
Y aquí termina la bella historia de amor que en las líneas arriba te prometía. Un amor puro y sincero. Basado en la mera existencia del otro. Sin pedir nada a cambio. Al otro lado el esfuerzo altruista de un anciano que por amor dió su vida sin haberla dado en vano.
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